Nos encontramos en un país neoliberal, en la capital mundial de la minería de cobre y litio, en el medio del desierto más árido del planeta. El vacío cultural institucional, la ausencia de museos, galerías, escuelas de arte, de filosofía o afines, tiene que ver aquí con la voluntad política de no instaurar el pensamiento crítico en la sociedad que duerme sobre la riqueza. Este, muy brevemente, es el contexto de la Bienal SACO, una iniciativa independiente basada en la interacción con el entorno, que ocupa lugares no expositivos tales como parques, plazas, basureros, playas, muelles, terrazas, para compartir el arte con las personas. Uno de los espacios emblemáticos del circuito museo sin museo es el Parque Ruinas de Huanchaca, antigua fundición de plata, un monumental patrimonio industrial que para algunos se confunde con ruinas precolombinas. Un parque sin ningún árbol, ni pasto, ni arbustos. Solo tierra, roca y cemento. Un no-parque para cualquier ojo europeo. Pero no estamos en Europa, estamos en Antofagasta.
Gracias a la colaboración de Valonia Bruselas, SACO1.1 ha sido la segunda edición consecutiva de la bienal donde tuvimos la posibilidad de recibir en residencia de producción y exposición de obra a artistas de Bélgica francófona. Según lo acordado, abro el link de la página con aproximadamente 200 artistas, de allí navegó por sus páginas personales para generar un listado preliminar. Algo me detiene de inmediato en las imágenes de la página de Cathy Coëz. Se salen del encuadre, brillan, son pegajosas. Se instalan en la primera fila de la retina. No se sabe muy bien qué son, por lo que dan ganas de volverlas a mirar. Y así lo hago, una y otra vez… La atracción resultó mutua. La artista menciona que lo que más le llamó la atención en mi texto curatorial fue el dilema entre el deseo de olvidar un trauma, y el imperativo de no olvidar.
Después de levantarse viene un largo periodo de volver a la anhelada normalidad, lo que se representa en superar el trauma y buscar la justicia. Ambos procesos raramente resultan satisfactorios, pues sus energías operan en direcciones opuestas: el primero desea olvidar, mientras que el segundo promete no hacerlo nunca.
Paradixe es un hijo de la paradoja y el paraíso, construido por Cathy y por su ayudante Kevin, sin manejar ellos dos ningún idioma en común, en un lugar vacío pero lleno de historia, en pleno invierno, bajo el sol que quema, con madera, ramas, hojas y semillas recolectadas en la ciudad donde no llueve nunca.
Es una construcción irregular y brillante que nos atrae desde lejos. Un refugio sin techo en un parque sin árboles podría ser hasta coherente, es colocar una paradoja dentro de otra. Cathy pone a prueba nuestra manera de encasillar los conceptos. El color plateado atraviesa la memoria y cubre la obra. La choza no nos cobija, pero sí nos envuelve con un majestuoso brillo. Sin una función aparente, más que la contemplación del amanecer por encima de la Cordillera de la Costa, Paradixe le da la espalda al nuevo templo -el casino de la ciudad- y se impone como un atajo entre dos polos comunes a todas las sociedades: el poder y la miseria. Mientras que los zapatos se convierten en los portadores de la presencia de la artista que nos ayudó a remecer las ideas en las cabezas de miles de habitantes de esta ciudad trabajadora, en la costa este del Pacífico.
Dagmara Wyskiel Antofagasta, Chile septiembre de 2023