Conversamos con Rodrigo Gómez Rovira, fotógrafo y director artístico del Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso (FIFV), sobre su experiencia dictando la asignatura práctica de la segunda versión del diplomado Microcuradurías, La imagen tangible – Fotografía, dedicada a la reflexión del proceso de producción de la imagen.
El taller se realizó durante la semana presencial en el Observatorio Paniri Caur, ubicado en la localidad de Chiu Chiu. “Si la imagen no la atesoro, no le doy la posibilidad de tener otra vida”, fue una de las reflexiones del fotógrafo. Conoce más detalles en la siguiente entrevista.
¿Consideras que es importante que la formación en curaduría incluya a la fotografía en su malla curricular, tanto en su conocimiento teórico como práctico?
R: Creo que es una disciplina que no se puede obviar porque hoy más que nunca estamos comunicando con imágenes. Son una herramienta de comunicación, de expresión, de denuncia. Son poéticas, políticas, íntimas y colectivas, protagonistas en nuestra época, entonces me parece que es relevante saber qué implica el acto fotográfico, qué sucede al generar una imagen, y después es necesario aprender a leerlas y saber escribir con ellas.
Estoy 100% convencido de que la fotografía es una gramática, como cuando se aprende a hablar y después a leer y escribir, se tienen los elementos básicos para perfeccionar el vocabulario y existen lecturas más complejas que lo nutren a uno para poder escribir y comunicarnos. Sea cual sea la disciplina, yo creo que siempre se está usando la fotografía, justamente porque se quiere compartir lo que uno hace.
¿Qué temáticas y enfoques abordaste durante el módulo?, ¿cómo viste la apertura de los estudiantes frente a este lenguaje?
R: Todo el mundo estuvo con mucho interés, la gente que estuvo participando aquí venía con una experiencia y eso es interesante. Lo que yo quise transmitir fue la complejidad de comunicar, que en el fondo si voy a decir algo, es para hacer un aporte, no hablar para no decir nada, es importante que mi discurso provoque algo. Me interesó también invitar a mirar el mundo desde la complejidad de cada uno, que en el fondo es cuando empieza a nacer la autoría. Eso que estás haciendo desde ti, puede generar un eco en mí, y ese eco de lo que estás planteando desde tu existencia me despierta a mí algo que me sirve de motor para entender cosas. Es como cuando lees un poema y lloras. No te pones a llorar porque estás emocionado de que el poeta tenga una pena de amor, lloras porque estás lleno de amor. El autor desde su pena de amor, te envuelve, te abraza y tú entras en su emoción desde tu propia existencia. Eso es lo que a mí me apasiona buscar.
El cierre del módulo incluyó una exposición efímera realizada con el material producido por los participantes, que podrá ser vista de manera online a través de nuestra página web, y que fue denominada ¿Cuándo una fotografía pierde la memoria? Antes de ahondar sobre ello, ¿cómo responderías tú a esta pregunta?
R: La pregunta es provocadora porque en el fondo la fotografía es una de las herramientas importantes que trabaja con la memoria, con el tiempo. Sin embargo, algo pasa que de repente la memoria se diluye, se pierde, se desorienta. Me parece que hay algo dramático ahí porque, por ejemplo, cuando uno tiene Alzheimer, en el fondo uno pierde la posibilidad de articular un lenguaje. Se está siempre en el aquí, pero ya no hay memoria de lo que hicimos hace 15 minutos. Entonces, ¿cómo voy construyendo algo?
A través de las fotografías estamos preservando algo, si la imagen no la atesoro, no la archivo, no le doy la posibilidad de tener otra vida, pueden pasar 100 años y se va a olvidar. Pero si yo la cuido y de repente la utilizo y vuelvo a darle vida, la imagen se empieza a cargar de tiempo, pasa a tener otra relación con el presente. Todo ese juego me parece que hace que se cumpla con el rol de la fotografía respecto a la memoria, y en el fondo la pregunta es un poco provocadora para no pensar que porque yo hago una foto, tengo la batalla ganada. No es suficiente.
¿Qué es lo que más destacas de esta instancia final? y, ¿con qué se encontrará el público que vea la exposición virtual?
R: Lo que encuentro pertinente en términos políticos es la dimensión de lo colectivo de este tipo de experiencias. En el fondo la metodología, que es el acto fotográfico individual, tiene discursos comunes. Lo entretenido es que el autor pasa del estado de persona al estado de grupo y entonces en esta exposición, el autor es un cuerpo que se compone de 15 historias, es una suma de individualidades.
Había una carpeta para cada persona con su nombre y había una cantidad de fotos desde la perspectiva de esa persona, desde donde se eligieron algunas y se metieron a un canasto común, y en la mesa con la foto que estamos trabajando nadie estaba preocupado de saber si la foto que estoy eligiendo era mía o de otro. La imagen con la que se buscó decir algo es de este nuevo grupo, eso es interesante porque la sociedad está tan compleja que nos cuesta mucho hacer eso, convivir en el barrio, en el trabajo, en la familia. Para mí es un acto político tratar de aprender a vivir juntos, y esta exposición plantea eso, una mirada sobre esta experiencia en este territorio desde un relato coral.
Uno de los sellos del diplomado es su apuesta por generar experiencias en terreno, donde además se mezclan áreas tan diversas como la alfarería indigena, las cosmovisiones, la astronomía, la creación de espacios y ambientes a través de la luz, y la fotografía, que enriquezcan el conocimiento tanto de los estudiantes como a los docentes, ¿cómo fue para ti esta semana trabajando inmerso en el desierto de Atacama?
R: Es un lugar excepcional del planeta. Imagínate la suerte de tener acceso a viajar sin tanta complicación desde donde uno está en su vida cotidiana y poder llegar a un lugar así, es un privilegio infinito. Un lugar que tiene toda esa carga, esa identidad e historia, todo lo que conlleva el desierto y sus oasis.
El hecho de mirar las estrellas, estar con alguien que te va enseñando algo de la tierra que ella lo aprendió de su madre, que lo aprendió de su abuela, y empezamos a entrar en una profundidad de conocimiento en un simple gesto de apretar algo, de acariciar la superficie del pote, de estar con la belleza de la luz. Y en el fondo la metáfora también del tiempo, la velocidad de la luz le da vida a lo que somos, a lo que vemos. Es como decir “hagamos un taller a 10 mil metros bajo del mar”. Esa es la suerte que tenemos de estar en un lugar así.