Desde sus inicios, uno de los objetivos de SACO en la organización de residencias artísticas es promover el desarrollo del arte contemporáneo dentro del desierto de Atacama, siendo de su especial interés la vinculación con el campo científico, para derribar el estigma de que las artes y la ciencia no se pueden juntar.
Este año hemos desarrollado un programa de residencias con diez artistas seleccionados de un llamado internacional, quienes obtuvieron una oportunidad única para desarrollar investigaciones en la región de Antofagasta. El llamado se hizo especialmente para abordar proyectos interdisciplinarios, al contar con el apoyo de variadas instituciones y científicos que apoyan a cada artista en el desarrollo de sus proyectos, aportando al aprendizaje mutuo que se puede obtener entre ambas áreas.
Eduardo Unda-Sanzana, director del Centro de Investigación, Tecnología, Educación y Vinculación Astronómica (CITEVA) de la Universidad de Antofagasta, colabora desde hace años con SACO. Esta institución ha sido un aporte fundamental de conocimiento y conexiones, desde la primera colaboración que realizamos, en 2018. El año pasado, por ejemplo, recibieron y orientaron al creador Guillermo Anselmo Vezzosi (Argentina), formando parte de su obra Un cielo de una sola estrella, inaugurada durante la Bienal SACO1.1. Este año, nuevamente apoyaron activamente la residencia de arte y astronomía de Luisa Ordoñez (Colombia) y Ursula Tautz (Brasil).
“Cada residente que ha llegado a nuestro centro nos ha hecho pensar de manera distinta sobre lo que hacemos. A veces hay muchos caminos por los cuales has transitado antes, en los que te has detenido un momento, pero luego has seguido porque hay otro punto allá más adelante al que estás queriendo llegar. Entonces, mucho más tarde, te encuentras con un artista fascinado con uno de esos recodos, que te invita a mirarlos de nuevo con más atención y preguntarte si no pasaste algo por alto. Es una experiencia fascinante”, expresó el astrónomo, mencionando que su esperanza es que los artistas se enriquezcan al ver de cerca cómo es el quehacer científico.
Para Eduardo, la astronomía es una ciencia que asociamos con el futuro, pero que al mismo tiempo representa una enorme riqueza histórica. “Esta gigantesca línea de tiempo permite generar conexiones con el mundo del arte a varios niveles, desde el más básico de indagar las emociones primeras y profundas de los seres humanos, contemplando fenómenos cósmicos sin comprenderlos en absoluto, pasando luego por la creación de modelos de esos mismos fenómenos, hasta llegar a hoy, empujando la frontera de lo desconocido, explorando nuevos mundos y fracturando paradigmas”, agregó.
De otro lado, Andrea Jara, investigadora del centro de investigación, desarrollo e innovación en baterías de litio, Lithium I+D+i UCN, analiza el cruce entre disciplinas manifestando que la ciencia nos proporciona datos y herramientas para resolver problemas tangibles, mientras que el arte interpreta esos datos de maneras que resuenan a nivel emocional y cultural, utilizándolos como una herramienta de comunicación. Andrea ha tenido un rol clave en las residencias de Geología – Mineralogía, colaborando directamente con la artista chilena Isidora Correa, y también con el norteamericano Osceola Refetoff.
“Mi reciente colaboración con Isidora y Osceola abrió mi mente para poder conocer cómo expresar los procesos y resultados en maneras que no imaginaba, haciéndome ver que el arte y la ciencia no solo pueden coexistir, sino que se complementan, demostrando que puede convertir problemas científicos complejos en historias fáciles de comprender, ayudando a la sociedad a entender mejor y a generar mayor conciencia”, reflexionó Andrea.
Dagmara Wyskiel, directora de SACO, analiza en profundidad estas interacciones entre ambas disciplinas y obras que han pasado por la bienal ligadas con el entorno científico. “Cuando el escarabajo fotovoltaico Rabdomante de Joaquín Fargas, gracias a la energía solar, logró sin intervención humana rodar por la arena, e incluso recolectar un poco del agua del aire -en el desierto más árido del planeta-, pensábamos a la vez sobre la tecnología y los milagros. Cuando Guillermo Vezzosi con Un cielo de una sola estrella reactivó luminicamente unas placas astronómicas del hemisferio norte, para hacerlas coincidir con una pieza de poesía, evidenció las cruces latentes entre la física (diseño lumínico) y la lectura musicalizada (ondas sonoras). Los artistas encantados por la ciencia hacen cosas fuera de lo común”.
Los resultados de estas conexiones y las obras que producen los artistas– nos confirman lo valiosos que son estos procesos transdisciplinarios. Este año, acompañamos a los residentes de microbiología a experimentar con bacterias que degustan tintas fotográficas y dejan sus restos sobre negativos en colores; a subir a cinco mil metros sobre el nivel del mar en nuestra residencia de arqueología – antropología para explorar los alrededores del desierto; a escuchar las rocas y tratar de doblar con la mano una batería de litio con geología, o a analizar la belleza de un concepto astronómico con artistas interesadas en las bondades del universo, en astronomía. Todo esto nos ha confirmado una vez más que el arte está vivo donde está el riesgo, la curiosidad y la persistencia.