Fernando Prats (1967) es artista chileno reconocido a nivel internacional y –aunque reside en España– su obra de los últimos años ha estado fuertemente relacionada al paisaje del país natal. La naturaleza extrema de este territorio ha activado un cuerpo de obra que se alimenta de procesos in situ, abriendo nuevos sentidos tanto para el lugar como para su propia producción. Desde el desierto de Atacama hasta Chaitén, ha trabajado con acciones e intervenciones donde relaciona paisaje y estrategias pictóricas, provocando que la huella azarosa del viento, del humo, del agua o de cenizas volcánicas, quede sobre soportes como papeles o superficies de vidrio ahumado. De estos ejercicios, derivan fotografías, propuestas audiovisuales, “pinturas” y piezas objetuales.
En 2011, el autor fue representante nacional en la 54ª Bienal de Venecia. Allí instaló Gran Sur, montaje que incluía obras capturadas en Chaitén; imágenes y materiales recopilados de sus acciones en localidades como Curepto, Cobquecura, Lota y Dichato, cuando recién fueron afectadas por el terremoto; así como el registro de un trabajo en la Antártica, donde contrastó la silenciosa vastedad del lugar con una frase que relucía cálida y luminosa, bajo el efecto neón: “Se buscan hombres para viaje arriesgado, poco sueldo, frío extremo, largos meses de oscuridad total, peligro constante, dudoso regreso a salvo, honor y reconocimiento en caso de éxito”. Era el anuncio publicado hace un siglo en un periódico británico por el irlandés Ernest Shackleton y que invitaba a una exploración a este continente. Prats apuntaba nuevamente al poder de nuestra geografía.
A Quillagua llegó invitado dentro del concepto de “residencia”, lo que implicó permanecer en el lugar, realizar un trabajo en proceso y activar diversos vínculos con el contexto. La frase que lo convenció, dice, fue “el lugar más seco del mundo”. Luego que venía saliendo de la Antártica, sitio de gran densidad de agua, le parecía interesante la situación de extremo geográfico. Había estado antes en Antofagasta (trabajó en el sector de La Portada para la Trienal de Artes Visuales 2009), pero no conocía este poblado aymara.
Cuenta que una serie de condicionantes lo hicieron más interesante aún, relacionadas al patrimonio arqueológico, a la cultura indígena, al fenómeno geológico, a la presencia del valle de los meteoritos, la experiencia del viento, del tiempo, y a la dramática situación de sus habitantes los últimos años: “Por esto, lo primero fue realizar ejercicios con los habitantes del lugar, utilizando el agua contaminada por las mineras como manifiesto, como reclamo o protesta. Fueron distintas sesiones relacionadas el reflejo del agua, donde participaron unas 30 personas. La idea era convocar a gente del pueblo para que se manifestara a través de ciertos registros. Pusimos agua contaminada sobre una fuente. La gente se reflejaba y captábamos esa imagen por video o foto, como una especie de negativo, de arriba hacia abajo. Desde la profundidad del agua intentamos capturar rostros representativos del pueblo”, explica.
Acción Quillagua fue un trabajo en terreno que duró seis días y donde trabajó luego con osamentas del museo y con otras encontradas, estampando el pigmento del hueso en diversas superficies: “Recorrimos varias veces la estructura de un cementerio y encontramos huesos manipulados. El lugar estaba ya saqueado. La idea era trabajar con esa imagen; hacer evidente el estado, hacer visible esta condición y de esas momias expuestas en el museo. Por efecto del sol, los huesos estaban muy blandos. Trabajamos entonces con el roce sobre papel con humo, tirando la arenilla del hueso, un pigmento blanco que dejaba marcada su figura sobre el soporte”.
Finalmente, Prats se situó con una acción dentro de un cráter, donde volvió a trabajar con el agua y el humo, registrando cráneos de momias encontrados, sobre agua o superficies ahumadas. “La idea era apuntar a la dimensión del mundo en este espacio especifico, la dimensión del cráter frente a la dimensión del cráneo de un niño y de una persona adulta”.
En general, el artista se refirió a la experiencia del paisaje y de la huella, al concepto de sequedad y resistencia, buscando manifestar “cómo un pueblo va desapareciendo por culpa de la minería y cómo este oasis en el desierto de Atacama se ve afectado. Quillagua desaparece, de mil habitantes, llegaron a unos cien por la contaminación del río Loa”.
Pamela Canales y Francisco Vergara son artistas jóvenes, de las Cápsulas de Formación, que colaboraron en esta residencia ¿Cómo fue la experiencia?
“El encuentro fue muy interesante. Les expliqué la metodología de trabajo, cómo se llega a un lugar, para qué, cómo abordarlo y desarrollar un proyecto que acabe en obra. Fue muy motivante, pensando además que no hay lugares de formación de artistas en Antofagasta. Veo que en la ciudad una especie de escena. Algo se está dando desde el colectivo (Se Vende) y Dagmara Wyskiel. Es un ente súper activador. Por eso es clave la posibilidad de capacitación”.
¿Cómo fue el proceso de obra en residencia?
“La residencia es un trabajo donde se genera mayor conocimiento de lugar, con una cercanía real. Eso genera actividades en relación a utilizar con sentido todo, a resolver en obra lo que el territorio ofrece. Aquí fue confrontarse a un territorio con una carga histórica enorme, viva. Hay que tener rapidez, reflexión, para usar con sentido eso. El criterio sobre qué hacer lo da el propio lugar. Desde el terreno del arte, el interés es manifestarnos y explicar un problema, descubriendo en Quillagua que la gente está muy sumisa a una realidad que no se puede cambiar. Eso se reveló en forma sutil en la pieza final. Al trabajar con el lugar, no se trata de generar una especie de ruido, sino todo lo contrario. Concluir con obras específicas, confrontarse y llevar al límite también la capacidad de conducir la propia obra. En general, fue una experiencia muy buena. Interesante para mi trabajo y sobre todo por las posibilidades de levantar el lugar”.
¿Cómo llevó estas operaciones in situ a un montaje expositivo en Biblioteca Viva?
“Al ser una sala muy chica, la concebí como un ejercicio donde exponer una definición acotada, reuniendo una serie de dibujos, el mapa de Quillagua confrontado a la Antártica y la acción en Isla Elefante para extrapolarla climatológicamente; y una especie de molde que se sacó de una momia que había en el cementerio”.
¿Qué le pareció Quillagua como lugar de trabajo en residencia para artistas?
“Es interesante la idea de utilizar Quillagua no sólo como plataforma para artistas, sino como una especie de epicentro donde puedan ir creadores, intelectuales y teóricos. Es la posibilidad de entrar a espacios que hay en Chile y que son absolutamente extraños, complejos, por las dimensiones que tienen, por el entorno y por esas condiciones límites. Pienso que estos lugares posibilitan reflexiones que pueden ayudar a hacer que ciertas operaciones de arte y cultura sean más vinculantes, consistentes, y que no esté todo tan centralizado en Santiago. Creo que en este caso concreto, Antofagasta tiene capacidad de activar un lugar de residencia con un paisaje que da gran posibilidad de imaginar”.
Carolina Lara
Periodista y crítica de arte