La versión 1.2 de la Bienal de Arte Contemporáneo SACO se desarrollará durante el 2024 y 2025 en el desierto más árido del mundo, enfatizando en el vínculo entre arte y ciencia, buscando desplegar obras de arte contemporáneo en espacios que permitan un diálogo y contacto directo entre los artistas y el público.
SACO1.2 Contemporary Art Biennial will take place during 2024 and 2025 in the driest desert in the world, emphasizing the link between art and science. It displays contemporary artworks in spaces that invite dialogue and direct contact between the artists and the public.
Texto curatorial
Las ratas y cucarachas pertenecen a las especies mejor preparadas para soportar un exterminio. Su adaptación a condiciones adversas del entorno, superior a la de otros seres vivos, les puede asegurar a la larga una posición dominante. La batalla final no se gana con garras y colmillos, sino aguantando en el escondite mientras el resto es eliminado. La historia de la vida en la Tierra es en el fondo una cadena de estrategias de resistencia.
Varios miles de millones de años antes de las ratas y las cucarachas, incluso antes de la liberación del oxígeno en la atmósfera, apareció lo que llamamos vida, en su forma más remota. En el siglo pasado los biólogos definieron los parámetros de temperatura, salinidad, sequedad y acidez límites, fuera de los cuales ningún organismo podría resistir. Como consecuencia, los astrónomos achicaron el mapa del cielo en su búsqueda por vida extraterrestre, solo a lugares que cumplieran con estas condiciones. Con el campo tan reducido, la posibilidad de encontrar algo era próxima a cero. Era la época entre los 50 y los 80, un periodo en que el deseo de hallar a extraterrestres desencadenó en la literatura y el cine una ola creativa de seres semejantes al humano, pero transfigurados. La imaginación suele rellenar los vacíos cuando los hechos quedan cortos.
Un lugar extremo por excelencia es el desierto de Atacama. Tanto, que hace casi doscientos años Charles Darwin afirmó que allí no puede existir ningún tipo de vida. El naturalista alemán radicado en Chile, Rodolfo Philippi, lo confirmó unos años más tarde, definiendo el destino minero de esas interminables y vacías llanuras rocosas. Si los parámetros limitantes de la vida establecidos hace medio siglo fueran ciertos, el proceso de evolución probablemente nunca se hubiera iniciado. A varias generaciones de hombres dedicados a la ciencia les jugó una mala pasada su fe en los sentidos. Pensaban que lo que veían era todo, que la existencia de algo más, escondido allí debajo, era simplemente imposible.
Recién hace aproximadamente dos décadas surgió el interés por la “biosfera oscura”, los microorganismos del subsuelo que desafían cualquier teoría sobre lo que la vida puede soportar. Allí aparecieron los poliextremófilos, campeones de la resistencia, que se sienten excelente en las asépticas paredes de las naves espaciales y están listos para viajar a Marte, a un especulativo encuentro con sus pares. Producto de las múltiples condiciones extremas del espacio, son justamente esos seres los que esperamos encontrar allá. Algunos de ellos son capaces de aguantar una radiación cósmica de rayos-x mil veces superior a lo que podría aguantar un humano, y exponerse a una presión atmosférica seis mil veces mayor que la existente en la superficie terrestre. Otros devoran ácido, o suspenden sus procesos metabólicos incluso por siglos, manteniendo su integridad celular y capacidad para crecer y reproducirse cuando reactivan sus funciones vitales.
Si solo pudiéramos ser como ellos. Saber detenernos por completo. Navegar entre los límites líquidos de la vida y la muerte. Junto con nuestra fisiología, suspender también nuestros deseos, angustias y miedos, esperando el momento propicio para volver. Posponer una mente que no es compatible con su tiempo. Alimentarse de lo que más abunde. No relacionarse. No respirar.
La historia de la ciencia nos ha demostrado que buscamos solamente donde esperamos encontrar algo. Pareciera razonable, pero resulta muy limitante, porque los ecosistemas oscuros habitan zonas inaccesibles e inhóspitas, tanto de nuestra mente como del planeta. Al fin y al cabo, la forma de nuestra cabeza se parece a la de la Tierra.
Idea original: Dagmara Wyskiel
Edición: Carlos Rendón
Rats and cockroaches are prime examples of species that can withstand extermination. Their superior adaptation to adverse environmental conditions can ensure them a dominant position in the long run. The final battle for survival is not won with brute force but by staying hidden while the rest are wiped out. The history of life on Earth is ultimately a chain of these resistance strategies.
Several billion years before rats and cockroaches, even before the release of oxygen into the atmosphere, life appeared in its most remote form. In the last century, biologists defined the parameters of temperature, salinity, dryness, and acidity limits, outside of which no organism could resist. As a consequence, astronomers narrowed the map of the sky in their search for extraterrestrial life to places that met these conditions. With the narrow field, the chance of finding anything was close to zero. Between the 1950s and the 1980s the desire to find extraterrestrials unleashed a creative wave of transfigured human-like beings in literature and film. Imagination often fills in the gaps when facts fall short.
The Atacama Desert is an extreme place par excellence. So much so that almost two hundred years ago, Charles Darwin affirmed that no life could exist there. This belief was later reinforced by the German naturalist living in Chile, Rodolfo Philippi, who defined the mining destiny of those endless and empty rocky plains. If the restricted parameters of life established half a century ago were true, the process of evolution would have never begun. Several generations of men dedicated to science were misled by their faith in their senses. They thought that what they saw was everything, that the existence of something else, hidden underneath, was simply impossible.
Interest in the ‘dark biosphere,’ the subsurface microorganisms that defy any theory about life endurance, only emerged about two decades ago. It was there that polyextremophiles, champions of endurance, appeared. Comfortable within the aseptic walls of spacecraft, they are ready to travel to Mars for a speculative encounter with their peers. As a result of the multiple extreme conditions of space, these beings are precisely what we expect to find there. Some can withstand a thousand times greater cosmic x-ray radiation than humans and expose themselves to atmospheric pressure six thousand times greater than that existing on the Earth’s surface. Others can consume acid or suspend their metabolic processes even for centuries yet maintain their cellular integrity and ability to grow and reproduce when they reactivate their vital functions.
If we could only be like them. To know how to stop completely, to navigate between the ‘liquid boundaries of life and death.’ To pause, along with our physiology, desires, anxieties, and fears, awaiting the propitious moment to return. To postpone a mind that is incompatible with its time. To feed on what is most abundant. To not relate. To not breathe.
The history of science has shown us that we look only where we expect to find something. This seems reasonable, but it is limiting because dark ecosystems inhabit inaccessible and inhospitable areas on the planet and inside our minds. After all, the shape of our head resembles the shape of Earth.
Original idea: Dagmara Wyskiel
Editor: Carlos Rendón