Pescar en el desierto

Fernando Foglino

La frase que da título a este texto puede parecer un oxímoron, pero no. Si nos apuran, la respuesta a la pregunta ¿qué hay en el desierto? puede ser: no hay nada.

Visité Antofagasta por primera vez en el 2017 al haber sido seleccionado para exponer en SACO6. Una de las actividades dentro del marco de la residencia fue una charla con el geólogo Guillermo Chong, hijo ilustre de Arica, que parado frente a una foto del desierto en la que predominaba el amarillo, iba señalando con entusiasmo, provocando agudizar la mirada. ¿Ven aquí?, ¿Ven allá?, insistía: son bacterias, el desierto está vivo. 

El mineral “Chongita” lleva su nombre, porque los que saben ver donde los demás no encuentran nada, ganan el derecho a bautizar las cosas. 

Ahora que he perdido la vista, veo todo mucho mejor 

Cinco años después, recibí la invitación a participar de la Bienal SACO1.1. Recibí también el texto curatorial Golpe y las fotografías del Sitio Cero en el Puerto de Antofagasta. Debería ser una condición sine qua non poder visitar el lugar para proyectar una obra site-specific y esta no era la excepción. Viajé entonces por segunda vez a Antofagasta cuando faltaban aún diez meses para la exposición. Estando en el Sitio Cero pude ver todo lo que rodea a una fotografía, lo que desborda el papel. El entorno, el movimiento de las grúas del puerto, el sonido de los patos yecos sobrevolando en círculos y el viaje incansable de la luz que baña la ciudad. 

Me detuve en el monumento que se ubica frente a la Gobernación marítima de Antofagasta, un obelisco en “Honor a la Patria” acompañado por la frase “Septiembre 1810-1973” y comencé entonces a planear mi estrategia de deconstrucción. 

Sentí un fuerte impulso de hacerlo desaparecer, ya sea por una grúa despistada que va golpeando todo a su paso, o por los patos yecos, parias de la ciudad, devorando en manada el monumento. Ya en Montevideo, escribiría a la universidad para preguntar si era posible diseñar un material que fuera apetecible para las aves, una galletita de pescado irresistible con la que pudiera moldear una réplica de aquel monumento. Concluimos que no, que estaban acostumbrados a pescar, y nada sobre la superficie del agua les iba a interesar.

Concluí que lo esencial estaba en que la réplica del monumento funcionara como una hoja en blanco, así que debía seguir buscando su nueva materialidad. Otra vez pescar.

Un antimonumento 

“El plagio es necesario. El progreso lo exige. El plagio abraza la frase del autor, utiliza sus expresiones, borra una falsa idea y la sustituye por otra correcta.”

Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont


Son muchos los monumentos que celebran la violencia. El libro El norte de chile a través de sus monumentos públicos (Consejo de Monumentos Nacionales de Chile, 2016) da cuenta de ello. La palabra “Patria”, aparece repetida una y otra vez a lo largo de las páginas que recopilan esculturas, bustos, memoriales, monolitos, obeliscos y placas. Uno de los más polémicos es el ya mencionado obelisco inaugurado en 1941 y diseñado por el reconocido arquitecto Jorge Tarbuskovic. Durante el régimen militar el texto que lo acompaña fue alterado añadiéndose la fecha 1973 en una clara apología al golpe de Estado visto como un supuesto acto de libertad, una “segunda independencia”, concepto que la dictadura buscó instalar.

A pesar de las continuas acciones de repudio por parte de un sector de la población, el monumento continuó allí en su ubicación original, vieja puerta de entrada a la ciudad, hasta este 2023, cuando el Concejo Municipal de Antofagasta aprobó su restauración.

El antimonumento no busca perdurar ni representar discursos oficiales, sino al contrario, su función es la de desarmar. Así como el anti-poeta utiliza la sátira y la desmitificación para demoler falsos valores, el antimonumento busca a través de la mímesis reproducir para evidenciar. Mantiene su forma, pero los elementos simbólicos que componen el original se deconstruyen. La palabra “patria” se convierte en “paria” por la simple caída de una letra. El cóndor del escudo chileno queda encerrado dentro del nuevo obelisco que, al cambiar su materialidad, se asemeja a una jaula. El huemul pasta libre y nos mira sin entender. Este antimonumento no busca perdurar, es algo transitorio, porque el alambre como estructura tiene defectos y es frágil. Busca dar otra visión, como Gabriela Mistral cuando nos dice “menos cóndor más huemul”.

Viajé por tercera vez a Antofagasta para montar la exposición y por distintos avatares, que nada tienen que ver con la tarea artística, la instalación tuvo que ser reubicada fuera del puerto para la que fue creada. De esta manera ganó, sin planearlo y gracias al acierto de la Bienal, la visibilidad que una obra pública necesita y dándole valor al esfuerzo del equipo de trabajadores que lo hizo realidad.

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