Por Małgorzata Kaźmierczak
“No hay agua en el desierto. Y los camellos no quieren ir más lejos. Ya no tengo fuerzas para arrastrarme. Tengo tantas ganas de beber”, cantaba el grupo polaco Bajm en 1982. La canción tenía entonces un significado claramente político: el desierto era una metáfora del país bajo el régimen, y el agua la libertad que faltaba. En un momento del video de la canción, aparece un director de orquesta bebiendo vino añejo y con un látigo en la mano. La imagen parece aún más actual ahora, en referencia al neoliberalismo feroz que nació en Chile y sirvió de ejemplo para muchos países, incluida Polonia después de 1989.
La primera vez que oí hablar de Chile y Augusto Pinochet como una autoridad para los políticos polacos fue cuando en 1999 vi un famoso programa de la televisión polaca “Tok Szok”. Los presentadores –Jacek Żakowski y Piotr Najsztub– entrevistaron al redactor jefe del periódico Życie, Tomasz Wołek, y al diputado Michał Kamiński, quien, junto con otro diputado, Marek Jurek (ausente en el programa de televisión), regalaron a Augusto Pinochet, que había sido detenido en el Reino Unido, una gorguera con una imagen de la Santa María.
Primero explicaron sus motivos para condecorar a Pinochet. Marek Jurek había declarado que “la mayoría de los asesinados son comunistas o miembros de sus familias, [Pinochet] salvó a Chile del destino de la Cuba comunista y debemos estar agradecidos por ello […]”. A continuación, los presentadores invitaron al exiliado chileno Mario Galdamez, que lloró en el estudio al recordar cómo los funcionarios de Pinochet le torturaron colocándole electrodos en los genitales.
Mi siguiente gran encuentro con Chile fue, por supuesto, el famoso documental de Patricio Guzmán Nostalgia de la luz (2010), que conecta dos famosas funciones del desierto: Atacama como el lugar del mejor observatorio astronómico del mundo, y Atacama como campo de concentración de Pinochet. En la película también encontramos a las “Mujeres de Calama”, las madres, esposas y hermanas de los desaparecidos, que buscan los más pequeños fragmentos de huesos o ropas que puedan ayudarles a reconocer y, finalmente, enterrar a sus seres queridos con el debido respeto. Lo sorprendente es que lo están haciendo meticulosa y metódicamente. Mueven la tierra con delicadeza y se pasan la arena por los dedos como si estuvieran tocando algo realmente precioso y frágil. El problema es que el trabajo que han emprendido es de una envergadura inimaginable.
Sería muy difícil deshacerse de estas asociaciones al venir a la Bienal SACO, cuyo tema es “Golpe”, y que coincide con el 50º aniversario del Golpe de Estado de Pinochet. Como mi campo de interés es sobre todo el arte de la performance, decidí centrarme en este, y hay dos artistas de performance dignos de mención. Uno de ellos es Iván Cáceres (Bolivia), que hizo dos acciones casi completamente invisibles. Una de ellas fue Una planicie cambiante como la paciencia, en el Valle de los Meteoritos en el desierto. Simplemente se desnudó y se puso una gran piedra en el cuello. Al agachar la cabeza, construyó una imagen de un hombre sin cabeza: significativa, sencilla y conmovedora. Al mismo tiempo, gracias a la luz específica y a la elección del lugar, se hundió en el paisaje de una manera muy sutil y respetuosa. La vulnerabilidad del cuerpo desnudo contrastaba con la naturaleza cruel y abrumadora. Refiriéndose de nuevo a la película de Guzmán: “No hay nada, no hay insectos, no hay animales, no hay pájaros. Sin embargo, está lleno de historia”.
La otra acción que tuvo lugar en el desierto fue Trasladar un río, de Julio Urbina (Perú). El artista primero recogió arena de la playa y llenó botellas con orina. Después hizo un contorno de Chile, Perú y Bolivia con la arena en el desierto, bebió la orina y orinó marcando el territorio, con la intención de crear un río. Durante todo el proceso llevó puesto un uniforme de minero. Hay algo realmente radical en su gesto de beber el agua del mar, que se remonta a los años 70 y 80, cuando los artistas arriesgaban sus vidas en nombre del arte. Se asocia a la brutalidad del régimen pasado, que a menudo se deshacía de sus enemigos arrojándolos desde helicópteros al océano, pero también –inevitablemente– se refiere a la “migración indocumentada desde Bolivia”, cómo se le llama eufemísticamente en la prensa al contrabando de personas. Desde 2021, la frontera entre Perú y Chile es también un importante punto de entrada de migrantes venezolanos “irregulares” hacia Chile.
La frontera chilena es una amenaza literal. “Sólo en el altiplano, en la frontera chileno-boliviana, se sembraron 42 campos minados, con un total de 22.988 minas antipersonales y 8.765 antitanques. Es decir, se trató de la aplicación más extrema de la teichopolítica –política de fortaleza–, pero en este caso a través de la construcción de un muro de explosivos que puso en riesgo no sólo a ciudadanos extranjeros sino también a los propios chilenos”, escriben en su artículo Gilberto Cristian Aranda Bustamante y Sergio Fernando Salinas Cañas. El artista realiza esta acción condenada al fracaso, y al final se tumba en el espacio dentro de los contornos de los países, absolutamente fatigado. El desierto de Atacama, con sus montones de ropa de moda rápida y el paisaje destruido por la industria minera, las fronteras minadas y los restos dispersos de la gente, contiene todo lo que nos gustaría ocultar. La acción de Urbina es una de esas obras de arte que taladran la memoria y no nos dejan olvidar.
La última performance que quería mencionar fue la otra acción invisible de Iván Cáceres, El punto y la i, pis de cobre. Invisible, porque la completó muy temprano por la mañana, durante su recorrido matinal por la costa, cuando aún está ocupada, en su mayor parte, por gente que vive en tiendas de campaña. El artista habló con esas personas y descubrió que una de sus mayores preocupaciones es vivir en un lugar contaminado con cobre condensado. Cáceres se desnudó e intentó abrazar los contenedores y, de nuevo, orinó delante de ellos para que, como comentó su propia performance, “los desechos del cuerpo sean devueltos”. El contexto del puerto, los contenedores que formaban una especie de instalación que escondía el material cuya extracción causa tanto daño al medio ambiente y a las personas, y de nuevo la vulnerabilidad del cuerpo humano, fueron muy significativos. Cabe mencionar que las performance de Iván Cáceres se desarrollan de forma natural, cuando siente el momento de inspiración, y no le importa el público ni las cámaras. Lo que le importa es el aquí y el ahora, que es la esencia del arte de la performance.
Małgorzata Kaźmierczak (Polonia)
Doctora en Historia. Autora de varios textos críticos y académicos sobre arte contemporáneo y editora de libros. Entre 2011 y 2014, fue editora de la revista académica Art & Documentation y coeditora de livinggallery.info. Entre 2014 y 2016 fue directora y curadora en jefe de la City Art Gallery (Kalisz), y entre 2016 y 2017 fue directora de Biblioteca de la Academia del Arte (Szczecin) y profesora asistente en la misma institución. Actualmente es profesora asistente en la Universidad Pedagógica de Cracovia, y cocreadora del primer programa de maestría en Polonia dedicado exclusivamente al arte contemporáneo, una unión de estudios curatoriales y críticos. Desde el año 2020 es vicepresidenta de AICA Polonia y AICA Internacional.