3 casos de transferencia de sustancias en Antofagasta | Javier González Pesce
“La capacidad de contar historias no es una propiedad del lenguaje humano, pero una de las muchas consecuencias de estar arrojados en un mundo que es, por si mismo, completamente articulado y activo.”[1] Bruno Latour
Me parece a mí, que en nuestras mentes hay una voluntad de concebir al arte como impoluto, imaginamos su existencia y la de la (mayoría de) las obras de arte, como en un estado de integridad, nunca las visualizamos como devenidas materialidad remanente. Existe este acuerdo de que se escribe (en la mayoría de los casos) sobre las piezas de arte en la medida en que tenemos la capacidad de concebirlas como en unas condiciones exhibitivas, en el estado material y simbólico controlado que el artista diseñó. Digamos que, habitualmente, la crítica considera al arte su objeto de análisis en el tramo temporal que el artista o alguna institución determina como su tiempo de exhibición. También sucede que hay obras que se vuelven históricas y que siguen siendo revisadas por la crítica incluso décadas después de su desaparición material. En estos casos las imaginamos prístinas, en una temporalidad ficticia que reproduce unas condiciones “adecuadas” para que estas obras recordadas (imaginadas) conserven su estatus artístico, como si ante estas obras nunca hubiese polvo, obscuridad, insectos o actividad biológica de ningún tipo. Hay también colecciones que proveen de espacio y cuidados tales, que les permiten a algunas obras la continuidad extensa de una existencia sin deterioros. Hay una suerte de seremoniosidad que activamos colectivamente quienes trabajamos vinculados al arte, un complot que consiste en visualizar, pensar, describir al arte en condiciones prístinas, como si estas existiesen en una dimensión donde no hay ni temperatura, ni tiempo (a no ser que la obra necesite de estas u otras condiciones). Pero hay sin embargo muchas instancias artísticas o maneras de practicar el arte, que suponen que lo, alguna vez exhibido, digamos, las obras de arte devengan escombros. Algunas obras poseen una historia material, simbólica y una energía que supera los tiempos de exhibición. En mis visitas a ISLA durante Noviembre y Diciembre de 2021, no solo me encontré con las exposiciones que conforman la última versión de la Bienal SACO, pero también pude rastrear el devenir material de piezas (o partes de piezas) que, luego de su existencia como obras en exhibición, habitan hoy el mundo desde otras categorías. Siguen existiendo, pero de otras maneras. La vida o la energía no necesita que la describamos para existir, esta es independiente del pensamiento y la racionalidad.
Cuantos elementos de valor arqueológico permanecerán bajo tierra aún después de nuestra desaparición, en un anonimato pleno respecto de la vida humana actual y del futuro. De alguna manera me parece bien que dejemos su existencia sin un pensamiento que la describa, solo me parece curioso que nos esforcemos tanto en pensar en la historia material y simbólica del arte y las exhibiciones en tramos tan cortos de la existencia de los objetos de investigación (las obras mismas). En este texto me voy a proponer pensar algunas situaciones en las que unas obras están involucradas físicamente, más allá de su tiempo definido como tiempo de exhibición. Unas obras Que practican una segunda (o tercera vida) luego de su identidad transitoria, como obras de arte. A continuación, tres casos que me parecen destacables:
Caso número 1:
Juan López o “el Chango”, como es llamado con cariño localmente, es una suerte de descubridor del territorio en que se encuentra Antofagasta. Un pescador de espíritu nómade que recorrió las costas de la región y que convivió con habitantes originarias de la zona, al instalarse en lo que hoy es la ciudad de Antofagasta. El año 74 se inaugura junto a un hotel de la ciudad una escultura que conmemora a este personaje. La obra del artista Antofagastino Osvaldo Ventura es una abstracción en código geométrico del personaje, quién es retratado como un caminante dispuesto a avanzar y descubrir, que se tapa el sol con una mano, en la otra lleva una herramienta similar a un martillo (la perspectiva visionaria y la capacidad de acción transformadora). El crecimiento de la ciudad llevó al ensanchamiento de la calle junto a la que la escultura de Juan López estuvo por 3 décadas. La planificación de las labores consideraba que el monumento sería relocalizado, sin embargo, la constructora terminó por averiar la escultura, haciendo su relocalización un proyecto fallido. En el año 2018, y con motivo de SACO 7, la artista Valeria Fahrenkrog, propone realizar una réplica exacta de la escultura original (con otros materiales) para instalarla en el Mulle Histórico Melbourne Clarck. Valeria es una artista chilena erradicada en Alemania que vivió durante su infancia en la ciudad de Antofagasta. De alguna manera su propuesta supone devolverle materialmente a la ciudad un elemento que es parte de su pasado, una figura escultórica que ya hace años solo habita el espacio de la memoria local y una que otra fotografía. La escultura retorna entonces como un fantasma sólido, que vuelve a visitar el lugar en el que vivió, generando un nostálgico reencuentro con los habitantes de la ciudad que la recuerdan como un hito desaparecido. Pero este reencuentro no sería con la escultura original (de la que no conozco paradero), sino con una figura equivalente a la original. Una nueva escultura que imita y reproduce su forma en otro tiempo. La propuesta de la artista considera entonces una escultura que no solo dialoga con el espacio, pero también con un pasado reciente en un gesto de emotiva apropiación, como haciendo resucitar algo que ya no está.
Esta escultura de Valeria (que es también la reproducción de una escultura de Osvaldo Ventura), nos trae de regreso a una temporalidad en la que la Antofagasta era distinta, pero también a ese punto de encuentro y fricción entre la ciudad y la expansión inmobiliaria. Las ciudades están construidas de materias rígidas, las que a su vez permiten la actividad humana (y de otro tipo) como un flujo blando. Los crecimientos demográficos, a veces, demandan la readecuación anatómica de la ciudad, teniendo esta que adecuar sus partes
rígidas para ser capaces de sostener el crecimiento y expansión de sus partes blandas y en movimiento. Por supuesto este proceso de adecuación de las ciudades está, muchas veces cruzado por intereses inmobiliarios que operan sobre las urbes, regenerándolas de maneras que poco tienen de amables y respetuosas con la estructura original de los lugares, los que son, en definitiva, los que permiten y alojan las distintas formas de vida. Cambiar la anatomía de un vecindario (de casas de un piso a una serie de guetos verticales, por ejemplo) implica además, transformar las posibilidades de las formas de vivir. Cuando un barrio es intervenido estructuralmente, también se modifica la estructura de las formas para la vida humana. De esta manera las grandes intervenciones inmobiliarias interrumpen un flujo, reestructurando sus formas y dejándonos una nostalgia (la nostalgia por unas formas de vivir que ya no podrán ser). El trabajo de Valeria (entre otras cosas) acude a este punto en el tiempo, el punto en el que la ciudad modifica parte de su anatomía en el nombre del progreso inmobiliario, que nos ofrece un futuro, pero nos priva de un pasado (que tal vez no estaba tan mal). El trabajo de Valeria nos permite reencontrarnos con un elemento distintivo de una ciudad que ya se transformó en otra ciudad. Esta escultura (la de Valeria trayendo de regreso la de Osvaldo) consideraba una duración, que se asociaba además a la duración de la exposición SACO 7. De esta manera el acto de memoria material tenía fecha de término, como una aparición en código escultórico (lenta). Pero resultó ser que la Escuela Juan López de Antofagasta demostró un interés en trasladar la escultura a su recinto para conservarla y así dotarla de una segunda vida (o tercera) más allá de la duración de la exposición para la que fue concebida.
Junto a parte del equipo de isla subimos a los barrios en el que se encuentra la Escuela. Nos encontramos con un recinto desocupado, los estudiantes tienen clases de manera remota desde que la pandemia se inició. Los únicos habitantes de la escuela parecían ser el cuidador y la geométrica figura de Juan López, la que fue instalada, cual guardián, junto a la sala de profesores. Yo creo que, tanto para mí como para el equipo de Isla, fue una grata sorpresa encontrarnos con que la escultura estuviese en tan buenas condiciones. Esta figura diseñada e instalada en la ciudad en los años sesenta, luego desaparecida, ahora retorna como obra de Valeria Fahrenkrog, hace un paso transitorio por la exposición “Origen y Mito” de Saco 7, para luego instalarse de manera definitiva en la Escuela Juan López. Una escuela es como una urbe en miniatura y para personas en formación. Las pretensiones originales del escultor suponían que su gran personaje geométrico fuera un habitante silencioso de una ciudad, ahora su réplica es el enigmático testigo de los recreos de una escuela en las alturas de la ciudad. Me imaginé de niño, parado empequeñecido ante el personaje, imaginé mis sensaciones y mis posibles experiencias, pensé en la cantidad de niños que se formarán generando sensaciones y pensamientos ante el enigmático y silencioso personaje. Creo que Osvaldo Ventura estaría muy contento de la manera en la que su obra encontró una manera de procurar la continuidad de su existencia, creo que estaría muy contento de este trabajo en colaboración con Valeria Fahrenkrog.
Caso número 2:
En el sector sur de la ciudad (no muy lejos de Isla) hay un espacio llamado Bosque Escondido. En el fondo de una quebrada corre una delgada línea de agua, la que alcanza a regar una breve vegetación. CONAF ha donado una serie de árboles, los que han sido instalados en este lugar, cada uno emergiendo desde una rueda, conformando una suerte de bosque que acaba de nacer en el desierto. Ramón Zabala dio inicio a este proyecto en 2017, el que ahora cuenta con una serie de bibliotecas, con miles de libros y algunas habitaciones que están a disposición de las personas. Todo está construido con materiales desechados, reciclados; eco ladrillos, pallets de madera, telas, botellas, entre tantísimos otros. Es una especie de espacio construido de desechos organizados, en la complicidad para la conformación de algo, como si materiales olvidados quisieran configurar un lugar, un hito en el árido paisaje. Bosque Escondido es un lugar, una especie de pequeña población, donde cada construcción es un recinto ofrecido a las personas para esconderse del sol y realizar simples actividades, ya sea solo o con otros y, por supuesto, hacer uso de los miles de libros que están puestos a disposición. Además de las construcciones funcionales, hay muchas situaciones materiales cuyo objetivo es la simple existencia, configuraciones, composiciones, situaciones y personajes hechos de madera y desechos. Esculturas anónimas que escenifican situaciones y personajes variados, pero que son también rastro de una actividad humana cariñosa y creativa. Entre estas piezas espontáneas y sin un autor que las reclame (más que la autoría del trabajo en colectividad) nos encontramos con algunos vestigios, partes de obras (o incluso las obras completas) de piezas que alguna vez fueron exhibidas en alguna versión de SACO. Estas obras que algún día articularon exposiciones hoy configuran este inesperado escenario de situaciones materiales variadas, ofrecidas y enredadas a la vida misma y al desierto. Esas piezas que algún día se acompañaron de una cédula, hoy se cubren de polvo y se destiñen con el sol para vivir en este vecindario de cosas alegremente anónimas.
Debo reconocer que este lugar llegó a conmoverme. Entrar a estas precarias habitaciones tiene un efecto muy fuerte. Cada espacio tiene una carga íntima, pero son ofrecidas sin distingo ni discriminación a quién quiera hacer uso de ellas. Como un pequeño pueblo en el que la intimidad se construye de manera colectiva, en complicidad, una intimidad hecha de a muchos. Las materias administradas con fines conceptuales o constructivamente artísticas, encontraron un nuevo destino en Bosque Escondido para dar continuidad a su existencia. Se encontraron con otras situaciones materiales y configuraron un vecindario, un espacio para el encuentro y la contemplación.
Caso número 3:
Casa Azul es un espacio independiente, dado a la exhibición y despliegue del trabajo de artistas locales. Es un lugar para el encuentro, el diálogo y la celebración en torno al trabajo de autores en disciplinas muy variadas como música, danza, pintura, danza o fotografía entre muchas otras. En mi primera visita a la ciudad conocí el espacio que no queda tan lejos del centro de la ciudad. Era bien tarde, luego de una comida, llamamos a Sebastián Rojas, uno de los directores del espacio, nos dijo que nos diéramos una vuelta. Un grupo de personas hacían un asado mientras desmontaban la exposición “Belleza Digna” del artista Antofagastino Ángelo Álvarez. Esta exposición fue
Parte de SACO 10, para la que Casa Azul funcionó como espacio asociado, pero no solo como espacio inmueble, ya que Ángelo es un artista que trabaja con ellos de manera estable. La curatoría la realizó Sebastián Rojas (co-director del espacio junto a Jorge Guerrero). SACO y Casa Azul generaron una asociación con motivo de la Bienal, sin embargo, el vínculo (incluso la amistad), ya existía con anterioridad. Me parece a mí que SACO, en sus diez años de trayectoria en el territorio, ha impulsado y fomentado la aglutinación de una escena cultural en la comuna o al menos en Antofagasta. En este punto me parece importante mencionar una cosa; en mi investigación me propuse rastrear sustancias materiales, el devenir físico de las cosas, las materialidades que participaron de las exposiciones de SACO en su condición de “Obras”. Pero no solo rastreé materiales, creo también haberme encontrado con una energía, una onda invisible que emana desde estas actividades y moviliza a personas, actitudes, incluso proyectos. Creo no equivocarme si comento que Casa Azul ha nutrido mucha de su energía y determinación, de una estrecha relación con SACO y su equipo. Desde mi punto de vista, estas materias no visibles, son fundamentales en relación con los proyectos artísticos y la conformación de discursos y escenas. La creación de flujos, la producción de complicidades y relaciones creativas otorgan vitalidad a las escenas locales, y en este caso, sin dudas percibí relaciones de esta índole.
Vuelvo a la situación que describía anteriormente; era de noche y había mucha disposición a la conversación amistosa. El equipo de Casa Azul venía llegando de Santiago con motivo de su participación en ChACO, algunos de los integrantes del proyecto visitaban la Capital por primera vez. En la conversación alguien menciona la necesidad de trabajar en la reparación de una nueva sede. Por supuesto que siento mucho interés. Yo mismo estoy formado de manera importante desde el espacio independiente que co-dirijo hace ya más de diez años, siento un interés y complicidad particular por los proyectos independientes que se nutren de convencimientos, energías y capitales personales. Tengo muchas ganas de conocer el nuevo espacio, programamos una visita para mi segundo viaje.
Yo, Dagmara, Sebastián y Javier (parte del equipo audiovisual de SACO) nos dirigimos hacia la parte alta de la ciudad a la Población Miramar Central. Este es uno de los barrios que fue fuertemente afectado por el Aluvión de 1991 (que SACO 10 conmemora). Sebastián me muestra la quebrada por la que el barro avanzó llevándose consigo vecindarios enteros hasta la parte baja de la ciudad. Hoy este lugar vuelve a llenarse de casas, una nueva toma se instala peligrosamente en el espacio que el aluvión limpió de viviendas. Sebastián nos cuenta que este es el barrio en el que creció de niño y al que ahora retorna para generar una nueva sede de su proyecto. Junto a la casa de su abuela nos muestra una parte de una pieza de Nicolás Consuegra recién desinstalada desde la exposición que tuvo lugar en Ruinas de Huanchaca (ex fundición que data de la época en que Antofagasta era territorio Boliviano). Consuegra había instalado una serie de estructuras rectangulares, que imitaban el colorido y superficie de las casas de la zona, con un vano en el centro (tipo ventana), en el que unas rejas giraban empujadas por el viento. Ahora volvía a encontrarme con estas estructuras arrumbadas contra una pandereta, listas para ser reutilizadas. Caminamos cerro abajo hasta encontrarnos con la casa que planean reparar para poder instalar Casa Azul 2. Los materiales que configuraron la propuesta de obra de un artista ahora serán muros (muros con una historia particular), separaciones entre un espacio y otro. De alguna manera esta obra es devuelta a su condición material (antes de ser la obra que fue). Su estado como pieza artística fue solo un transito momentáneo, de unos materiales que, por segunda vez actúan, ahora sin pretensiones simbólicas, pero estructurales, podríamos decir, de regreso a su identidad más corriente y funcional. Sin embargo, estás dos identidades que personifican las mismas maderas actúan en el mismo campo – el del arte. El vestigio de una exposición termina por convertirse en parte de la anatomía de un nuevo espacio de arte.
La nueva sede de Casa Azul está siendo construida de manera colectiva con la ayuda de los amigos, comunidad que Casa Azul a generado. El proyecto espera ponerse en funcionamiento durante este año.
NO UN EVENTO, UN PROCESO.
Con motivo de la 7ma Bienal de Atenas (2021), el curador griego Poka-Yio se hace la siguiente pregunta: “¿Qué es una Bienal? ¿Es un evento o un proceso?
¿Es un proceso que culmina en un evento, o es un proceso con condición de evento?”[2] Me parece claro que cuando uno visita estos espacios, constata que SACO es un proceso. Podría uno decir que cada versión de SACO, cada exposición, cada charla o residencia, son eventos inscritos en este proceso, el que sin dudas es continuo, y no solo conecta contenidos entre sus distintas versiones, pero estos también se filtran hacia la ciudad y las comunidades locales de distintas maneras. Existe un impacto, una transmisión y prolongación de los contenidos y de la energía de un evento hacia otros, pero también, y como me he dedicado a ejemplificar en este texto, algunos materiales e incluso algunas obras, vuelven a circular, conformando partes (sensibles, materiales) de un sistema más grande que no se detiene o se termina con el fin del evento.
Hace unos días me llegó un video donde una persona encaraba a Gabriel Boric en el Aeropuerto de Antofagasta. La persona le gritaba al candidato: “Ándate de Antofagasta comunista, acá nos gusta la plata”[3] (esta última parte de su frase la repetía constantemente). El mismo aeropuerto a través del cual hice ingreso y abandoné la ciudad en dos oportunidades en el transcurso de mi residencia, ahora era escenario de un encuentro poco cordial entre un candidato a la presidencia del país (ahora presidente) y un grupo de enojados ciudadanos.
Tantas veces vi trenes cargados de láminas de cobre, Dagmara me dijo la obscena cifra del valor de cada lámina (una cifra tan exorbitante que pronto olvidé). Recuerdo tantas conversaciones con taxistas orgullosos comentándome que en el mar había barcos listos para recibir cargas de millones de láminas de cobre. Yo pensaba al pueblo minero como uno idealista y ampliamente sindicalizado. Una fuerza humana que no es solo la mano de obra en un sistema de extracción, pero además como una colectividad con conciencia social y de clases, como románticamente retrataba el antiguo billete de 500 escudos. Parece ser que los ideales mercantiles transformaron a parte de nuestra sociedad de idealista en individualista. La primera vuelta de las elecciones las vi en un restaurante Chino del Centro de Antofagasta. Me decía que era un poco iluso, pero no podía dejar de tener la esperanza de que la votación se resolviera en primera vuelta. Mi entusiasmo fue derribado por conteos muy poco favorables para mis deseos a lo largo de todo el país. El caso más difícil de creer era el que arrojaba la región en la que me encontraba comiendo un pollo mongoliano, Antofagasta hubiese elegido a Franco Parisi como presidente en primera vuelta con cerca de un 52%. Me cuesta mucho entender esta votación, pero de alguna manera siento no tan errado pensar que este personaje encuentra algún tipo de respaldo en una voluntad individualista que promueve una noción de libertad del tipo “casa uno se rasca con sus propias uñas”, mientras tengas suficiente para adquirir dignidad y bienestar, entonces eso tendrás, a no ser que quieras hacer con lo tuyo otra cosa, lo que te plazca. El país entero pareciera temerle a las ideas de sociedad y de vida en comunidad, apoyo, colaboración y colectividad. El discurso Neo-Liberal nos ha venido convenciendo de que la individualidad es el camino. Pero bueno, vino una segunda vuelta y Antofagasta dio un giro que nos hace pensar que hay una disputa de conciencias y maneras de sentir en el territorio y la política.
El arte, así como las prácticas de la reflexión y la sensibilidad en su conjunto, son opuestas a estas maneras tan funcionales, razonables, rentabilizadoras y egoistas de la actividad humana y la comprensión (racionalización) del mundo que nos propone el sistema liberal. Siempre que me pregunto por la necesidad de las artes me encuentro con esta función de gran relevancia (desde mi punto de vista); la de alguna manera enfriar la acción humana que atrofia las facultades sensibles y críticas. El arte se toma su tiempo, celebra lo sencillo y enfrenta lo complejo. El arte abre espacios para la contemplación y el pensamiento crítico, aspira a generar instancias de encuentro y transferencia a partir de lo que no es necesariamente útil o práctico, abre un espacio de experimentación y movimiento para la actividad humana. Alguna vez es cuché a un político de Izquierda diciendo que su proyecto suponía siempre alejarse del sistema de mercado; que si este se localizaba al norte, el proponía moverse al sur; que si este subía, entonces lo que habría que hacer sería bajar. Yo pienso que el sistema de mercado no está en el sur o en algún lugar en específico, sino en todas partes. No es una cosa localizada en un espacio delimitable, el modelo de mercado es ambiental, es una influencia bajo la que estamos sumergidos y en la que vivimos. No solo nuestra vida material acontece bajo su dominio, también nuestra vida emocional y espiritual. Pero hay pequeñas instancias, maneras de vivir que manifiestan una resistencia a la voracidad de la vida actual; la inventiva popular, la poesía, los encuentros entre amigos, la música que sale del corazón, el amor, la rebeldía, así como algunas exposiciones de artes visuales, son pequeños faros de sensibilidad que nos entregan la esperanza de que podemos seguir inventando y generando maneras auténticas y sensibles de ocupar el mundo.
SACO es un proyecto que se instala en un territorio difícil (donde las universidades no consideran las Humanidades) pero que poco a poco y tras años de trabajo y gestión, ha diseminado materias y contenidos, contagiando a muchas personas, insertándose y aportando a la red de transferencias y colaboraciones sensibles en el norte Chileno.
La presencia de Javier fue posible gracias al programa de residencias artísticas Resonancias en Chile, realizada por Goethe-Institut Chile y el Instituto Francés de Chile, con el apoyo del Fondo de Cultura franco-alemán y el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile.
[1] Bruno Latour, “Agency at the time of the anthropocene”, 2014. [2] Poka-Yio “Who killed Captain Alex? Not an event, a process”, ECLIPSE, Catálogo 7ma Bienal de Atenas, Athens Biennale. [3] https://www.youtube.com/watch?v=KO2WA5jhxVw