La escultora y antropóloga franco-chilena, Lise Thiollier, estuvo tres semanas en la región de Antofagasta, período en el que residió en el Instituto Superior Latinoamericano de Arte (ISLA) en Antofagasta y La Tintorera, en San Pedro de Atacama, en el marco de su investigación Metamorfosis de la sal, proyecto sobre la memoria del salar y su relevancia en diversos y múltiples aspectos.
Las posibilidades de transformación, los mitos ancestrales y contemporáneos en base a la sal y su conexión con diferentes territorios, y los cambios en el uso de este compuesto a lo largo de la historia, son algunas de las fuentes de inspiración de Lise, quien además aborda temáticas vinculadas al cuestionamiento de la extracción de las materias y sus consecuencias ecológicas.
Antes de finalizar su residencia, Lise compartió las experiencias obtenidas durante el proceso junto a estudiantes de las carreras de la Escuela de Diseño, Arte y Comunicación del Instituto Profesional AIEP de Antofagasta.
Durante la jornada, dio la definición de su metodología de trabajo, la cual “se centra en traducir y convertir lo que voy recolectando – las palabras e historias en el paisaje – en materia; buscando establecer relaciones, hilos invisibles, que articulan imágenes, objetos y producción de lenguaje, generando un vínculo concreto entre texto y escultura”.
Relató sus días de contextualización en el desierto, que incluyeron una siembra de choclo junto a Verónica Moreno, directora de La Tintorera, sus idas a diferentes ayllus y variados lugares del salar, y la creación de un trabajo escultural realizado con arcilla y sal, inspirado en los nidos de los flamencos, luego de su visita a la laguna Chaxa.
“El nido representa la forma donde empieza la vida. También es una forma que acoge la lluvia, la detiene y la encapsula. También tiene que ver con el hogar, lugar o territorio. Decidí dejar esta escultura en un lugar que tenía sentido para mí y que visité dos veces. La primera con un guía y amigo; y la segunda, con tres amigas que conocí en La Tintorera, y que me acompañaron durante el ritual que significó dejar la escultura en ese territorio. Me gusta la idea de que esa escultura se vuelva en algo secreto, en el sentido que poca gente sabe dónde está, y con la lluvia desaparecerá seguramente”, comentó.
Su interés en investigar la correspondencia de la sal de manera transdisciplinaria, la llevó a tener contacto con el antropólogo y etnomusicólogo del Museo Chileno de Arte Precolombino, Claudio Mercado; la doctora en Ingeniería de Procesos de Minerales de la Universidad de Antofagasta, Ingrid Gárces; y la doctora en Ciencias Naturales y docente de la misma universidad, Cristina Dorador.
La memoria escuchada y percibida del salar, las transformaciones y los paisajes de la sal, así como las consecuencias de la extracción del litio sobre la flora y la fauna del territorio, son algunas de las reflexiones surgidas a partir de los encuentros y conversaciones con los expertos, que desde ya van moldeando y formando el proyecto que busca transformarse, además de en una obra escultórica, en un texto o ensayo que aborde las ideas y conceptos fruto de la investigación de la artista.
“Observar las huellas permite preguntarse cómo los humanos se han movido en el paisaje. Como escultora, cuando me muevo en el paisaje, veo las formas, las líneas que lo constituyen. Interesarse en las huellas de la sal, es interesarse en sus sombras, en el agua que interacciona con ella de manera dinámica, en las texturas de esas huellas, y en cómo esas huellas efímeras, se transforman en huellas más concretas”, reflexionó Thiollier.
“Las huellas de sal son huellas de agua, uno no puede pensar en la sal sin pensar en el agua. Ambos elementos son inseparables. Tampoco se puede vivir sin sal. Agua y sal están interconectados. Uno no existe sin el otro. Al final los dos son vida”.
Sobre la artista
Antropóloga de formación, los orígenes franco-chilenos de Lise Thiollier y sus numerosos viajes por el mundo, alimentan su inspiración en la búsqueda de relaciones entre formas, imágenes y lenguajes para extraer nuevas historias. Sus esculturas en barro o yeso, de aspecto mineralizado y fosilizado, evocan una naturaleza en perpetua transformación, cada cambio de estado alberga tanto un peligro como una huida a otro lugar posiblemente protector.
Sus formas híbridas, en movimiento, celebran el despliegue interno de las fuerzas vitales en acción en el proceso de metamorfosis de lo vivo. El cuerpo humano, lo orgánico, lo vegetal se fusionan para dar nacimiento a un misterioso mundo onírico con múltiples temporalidades. A menudo presentado como una instalación y, a veces, en evolución, sus piezas o huellas combinan el pasado y el futuro. Cargados con una memoria que se remonta a los tiempos más antiguos de la humanidad, también abren perspectivas sobre un mundo en construcción, rico en posibilidades inexploradas.